Comentario
La documentación conservada de los siglos XIV y XV, particularmente en algunos países, ofrece un riquísimo muestrario de textos relacionados con la actividad mercantil. Muchas de esas fuentes tenían que ver con los intercambios de mercancías o con las operaciones financieras, que crecían de día en día. Pero paralelamente se elaboraban textos en cierta manera doctrinales, por cuanto su finalidad no era otra sino ofrecer a los hombres de negocios pautas útiles para el mejor desarrollo de su actividad. El país en donde más éxito alcanzaron esas obras fue Italia, en donde eran conocidas bajo la denominación genérica de "Pratica della Mercatura". La más difundida de todas las obras de ese género fue la que escribió Pergolotti en la primera mitad del siglo XIV. Pero simultáneamente crecía la correspondencia mercantil, es decir, las cartas de negocios que circulaban entre los comerciantes y sus corresponsales y agentes. La documentación privada de los hombres de negocios debió alcanzar en ocasiones un volumen impresionante. Tal aseveración la hacemos basándonos en unos cuantos casos sobradamente conocidos, como los registros del mercader veneciano del siglo XV Andrea Barbarigo y, sobre todo, el impresionante archivo de Francesco di Marco Datini, mercader de la misma época de la ciudad italiana de Prato. El archivo Datini, autentico paraíso para los estudiosos de la historia económica bajomedieval, estaba integrado por cerca de 150.000 documentos de diversa naturaleza, desde libros de cuentas y registros de precios hasta simples cartas privadas del mercader y hombre de negocios. ¿Cómo olvidar, en otro orden de cosas, la gestación de la contabilidad por partida doble, técnica ya conocida en el siglo XIV, aunque sólo generalizada en la centuria siguiente, y a cuya difusión tanto contribuyó la obra de Luca Pacioli "Summa de Aritmética"?
La actividad bancaria, inevitablemente, se hacia más compleja. De hecho, los bancos no sólo se dedicaban a recibir depósitos y efectuar préstamos, sino que intervenían también muy activamente en los cambios de monedas. El negocio bancario, por su parte, funcionaba a partir de unas monedas cuya estabilidad se consideraba asegurada, el ducado veneciano y el florín de la ciudad del Arno. Ahora bien, los negocios bancarios eran muy frágiles, por lo que a la menor dificultad podían entrar en quiebra. Esto explica, entre otros factores, que en el siglo XV se constituyeran en diversas ciudades europeas bancos públicos, a los que se suponía indemnes a la crisis, debido a la protección que les dispensaba el Estado. Así nacieron, entre otros, el "Monte" de Florencia, el banco de San Ambrosio de Milán, la "Casa de San Giorgio" de Génova o la "Taula de Canvis" de Barcelona. Con todo, en diversas ocasiones estas instituciones también quebraron. Eso le sucedió, por ejemplo, a la "Casa de San Giorgio" en el año 1444, sin duda porque más que un autentico banco público se había convertido en un instrumento al servicio de los intereses de los grandes hombres de negocios genoveses. El historiador francés Y. Renouard captó magistralmente esa situación al señalar que la "Casa de San Giorgio" lo que en verdad representaba era "la explotación del Estado por sus acreedores".
Si queremos aferrarnos a un símbolo concreto, que exprese el dinamismo mercantil que conoció Europa en los últimos siglos del Medievo, no encontraremos ninguno mejor que la letra de cambio. Se trataba de un documento mercantil, que tenía su precedente en los antiguos "instrumenta ex causa cambii". Su génesis se encuentra en Italia país que, como manifestó R. S. López, "jugó en la economía medieval el mismo papel que Inglaterra en la economía moderna". De hecho la letra de cambio, en la que participaban cuatro agentes, el dador, el tomador, el beneficiario y el pagador, encubría un elevado número de operaciones: por una parte, de crédito; por otra, de transferencia de fondos, y, por supuesto, de cambio propiamente dicho. Incluso podía resultar una fuente de beneficios, a tenor de las oscilaciones del valor de las monedas que entraban en juego en la operación. Asimismo, desde mediados del siglo XV se les aplicaba a las letras de cambio, si se daba el caso, tanto el endoso como el protesto. La operatividad del nuevo instrumento era tal que se convirtió, prontamente, en objeto de uso frecuentísimo. De ahí que las letras de cambio se negociaran en las más importantes ferias europeas de la época, pero también en los principales centros de la actividad económica y financiera, desde Florencia y Génova hasta Londres y Brujas.